Vilaplana revela en una carta su “infierno” personal tras la dana y acusa de “machismo” a sus críticos

A los pocos días de iniciarse el curso político, diez meses después de la barrancada que asoló media provincia de Valencia, Maribel Vilaplana cuenta lo que hizo por la mañana antes de comer con Carlos Mazón. La periodista y portavoz del Levante UD, ha publicado una carta abierta en la que aborda por primera vez la controversia sobre su reunión con el expresidente de la Generalitat Valenciana durante la dana, la trágica tormenta que causó graves inundaciones. Vilaplana explica los motivos de su silencio inicial y denuncia la «ola de ataques, falsedades y mensajes de odio» que ha recibido, calificando el acoso de «brutal» y las insinuaciones de «machistas». En su misiva se refiere a Mazón como presidente de la Generalitat, pero no menciona su nombre ni apellidos.

Vilaplana detalla la cronología de los hechos, desde una formación en Ford hasta su comida con Mazón, una cita «de carácter profesional» para explorar vías de colaboración. Afirma que en ese momento no era consciente de la gravedad de la situación, ya que «en la ciudad no llovía». La periodista reconoce que el mayor error fue pedir que su nombre no saliera a la luz, pues «ese silencio, aunque bienintencionado, alimentó la especulación» y provocó el posterior hostigamiento. El relato confirma que la situación le generó una gran angustia, que la llevó a un ingreso hospitalario y a ser diagnosticada con estrés postraumático.

Vilaplana insiste en que su presencia en la comida fue una «maldita coincidencia y un horrible golpe de mala suerte», y lamenta que su figura haya servido como cortina de humo para desviar la atención de las responsabilidades políticas. «Me convertí en una diana, utilizada políticamente y alimentada con insinuaciones machistas», asegura en la carta. En ese sentido, reflexiona sobre si el trato habría sido el mismo «si en lugar de una mujer hubiera sido un hombre quien se reunió con el presidente». Finalmente, pide respeto para las víctimas y para su vida privada, y exige que el foco se ponga en «las personas que aquel día tenían responsabilidades y poder de decisión».

Este mismo viernes, la Generalitat da facilitado un argumentario tras la publicación de la carta de Vilaplana recogido por EFE.

Por su interés, reproducimos el texto de la carta íntegramente enviada a los medios en un documento en word con fecha de 5 de septiembre.

CARTA ABIERTA  

Antes de nada, quiero expresar mi respeto y mi solidaridad más profunda hacia todas las  víctimas de la DANA y hacia sus familias. Soy plenamente consciente del sufrimiento que  provocó aquella tragedia. Lamento de corazón si en algún momento mi decisión de  mantenerme en un segundo plano pudo haber generado dolor. Esa decisión la tomé para  no avivar el circo mediático y para evitar que mi nombre pudiera ser utilizado como un  instrumento político, como lamentablemente ha sucedido.  

Dicho esto, me he decidido a escribir estas líneas después de la continua oleada de  ataques, falsedades y mensajes de odio que he recibido en redes sociales, amplificados  además por otros canales, tras mi reciente intervención como consejera portavoz del  Levante Unión Deportiva, una responsabilidad que asumo desde 2023.  

Soy la primera interesada en que se clarifiquen absolutamente los hechos que  acontecieron aquel día, porque es imprescindible que no se desvíe el foco hacia historias  paralelas que lo único que han hecho es generar más dolor a los afectados. Pero también  porque las consecuencias que esta situación está teniendo sobre mi persona, sobre mi  familia, sobre mi vida laboral y sobre mi estado psicológico están siendo brutales.  

Ese día mantuve mi agenda laboral tal y como estaba prevista, como cualquier otro día,  porque no era consciente de la magnitud de la tragedia que se avecinaba.  

Mi jornada comenzó a las 9:30h en Ford Almussafes, donde impartí un curso de formación  para sus profesionales que finalizó sobre las 14:00h. Cuando los asistentes se marcharon,  me quedé unos 30 minutos más en el aula, como hago habitualmente, para elaborar el  informe de la sesión y dejar todo documentado.  

Después recogí mis cosas, fui a por mi vehículo y me trasladé desde Almussafes al centro  de Valencia, donde había sido citada por el presidente de la Generalitat para una comida  de carácter profesional. Estacioné el coche en un aparcamiento cercano y llegué al  restaurante pasadas las 15:00h.  

Acudí a esa cita a petición del presidente, con el objetivo de explorar posibles vías de  colaboración profesional. Durante la conversación se me plantearon varias opciones,  entre ellas presentar una candidatura a un cargo en la televisión autonómica, que rechacé  de forma clara por convicción personal y profesional. A partir de ahí, me pidió mi opinión  sobre la situación de la televisión: qué aspectos consideraba que funcionaban bien o mal  y qué cambios podrían aplicarse. Desde mi experiencia, expuse mi punto de vista, lo que  derivó en un intercambio de pareceres y acabó en una sesión de consultoría de  comunicación en la que se abordaron cuestiones propias de mi especialidad.  

En un momento determinado de la comida, el presidente empezó a recibir llamadas que  interrumpieron nuestra conversación de manera continuada. Yo seguí en el restaurante,  completamente ajena a esas comunicaciones: no pregunté, no participé, ni conocí en  ningún momento su contenido, y el presidente tampoco me trasladó ninguna inquietud al  respecto. Actué, como siempre he hecho, desde la discreción y el respeto que me  caracterizan.  

Esas interrupciones, sumadas a la espera y a la despedida, demoraron también mi salida  del restaurante, que se produjo finalmente entre las 18:30 y las 18:45. En su momento, en  medio de la vorágine con que se desencadenaron los hechos, el desconcierto y la presión  vivida, sinceramente no dimensioné la importancia de ese desfase horario inicial que se 

hizo público. Sin embargo, con la distancia del tiempo y tras hablarlo con las personas  más cercanas, he considerado necesario aclarar también ese punto.  

Quiero dejar claro que en el momento en que me marché de la reunión no era consciente  de la gravedad de lo que estaba sucediendo en otras localidades valencianas, porque en  la ciudad no llovía y eso me hizo sentir todavía más ajena a la situación. Al regresar a  casa, empecé a tomar verdadera dimensión de lo ocurrido. Nada más entender la  magnitud de lo que había pasado, me puse en contacto con el presidente cuando le fue  posible. En esa conversación le trasladé mi angustia y también le pedí, de forma muy  clara, que por favor mi nombre no saliera. Le expliqué que me parecía profundamente  injusto quedar vinculada a un capítulo tan doloroso cuando no había tenido absolutamente  nada que ver. Ese fue mi error, porque ese silencio, aunque bienintencionado, alimentó la  especulación y, cuando finalmente se supo, desembocó en un acoso brutal.  

Los días posteriores fueron una auténtica pesadilla. Me sentí absolutamente perdida. Y  cuando finalmente se dio a conocer públicamente que yo era la persona que había estado  con el presidente durante aquella comida, mi cabeza estalló. Entré en un shock que me  llevó a un ingreso hospitalario.  

Cuando salí del hospital, mi situación seguía siendo extremadamente delicada. No me  sentí con fuerzas para tomar yo las riendas y exponerme directamente. Por eso pedí a  una persona de mi total confianza que explicara de mi parte lo sucedido. Así se hizo  público entonces el relato de los hechos.  

Pero con el paso del tiempo he comprobado que no fue suficiente. Hoy entiendo que es  necesario hablar en primera persona. Hasta ahora no lo había hecho porque confiaba en  que el tiempo y el sentido común bastarían para que se entendiera lo evidente: que yo no  tengo nada que ver en esta historia. Pensé que quedaría claro por sí solo, pero no ha sido  así.  

La realidad es que me he convertido en una diana. Una diana utilizada políticamente y  alimentada con insinuaciones machistas que han condicionado esta historia desde el  principio. Y por eso hoy hablo: porque ya no puedo seguir soportando que este relato  eclipse lo verdaderamente importante, que es esclarecer qué pasó aquel día y asumir las  responsabilidades que correspondan.  

Durante estos diez meses he vivido sometida a una presión insoportable. He sido objeto  de un acoso constante, de insultos, de burlas y de un escrutinio injusto. Estoy en  tratamiento psicológico con un diagnóstico de estrés postraumático. Es una terapia dura y  compleja, que afronto con esperanza, pero la realidad es que mi salud mental se ha visto  gravemente dañada. Cada nuevo golpe reabre heridas que aún no han cicatrizado.  

Este proceso no solo me ha afectado a mí. Ha golpeado también a mi familia, que sufre al  verme sufrir. Ellos han tenido que soportar conmigo este acoso, y ese es, sin duda, el  dolor más grande de todos.  

Dicho esto, no puedo obviar una triste realidad que me ha roto desde el principio y  quisiera que estas líneas sirvieran de reflexión: ¿realmente habría pasado lo mismo si en  lugar de una mujer hubiera sido un hombre quien se reunió con el presidente? ¿Se  habrían dicho las mismas cosas, con el mismo tono y el mismo juicio? ¿Habría  despertado tanto morbo, tanto machismo rancio y tanto prejuicio? Ese enfoque  profundamente sexista ha servido como cortina de humo para desviar la atención de lo  verdaderamente importante: esclarecer las responsabilidades que se derivaron de aquella 

jornada. No se puede construir un relato cargado de insinuaciones y morbo para distraer  el foco de lo que realmente importa. Es realmente triste y decepcionante, porque no solo  me ha hecho daño a mí, sino que ha distorsionado una historia que merece ser abordada  con rigor y respeto.  

Estar allí aquel día fue una maldita coincidencia y un horrible golpe de mala suerte. Pudo  haber sido cualquier otro, pero fue ese día. El día más difícil y duro para miles y miles de  valencianos. Ese es y será siempre mi tormento, y tendré que aprender a sobrellevar esa  carga durante toda mi vida.  

Lo único que pido ahora es respeto. Respeto hacia mi persona, hacia mi familia y hacia mi  vida privada. Respeto para poder seguir adelante sin que mi nombre se siga utilizando  como arma política ni como entretenimiento morboso.  

Pero, sobre todo, pido respeto para las víctimas. Porque a ellas es a quienes les debemos  sensatez. Les debemos que su dolor no se utilice ni se banalice.  

Y a los responsables les corresponde dar las explicaciones que yo no puedo dar, porque  nunca he ostentado ningún cargo público ni ese día tuve capacidad de decisión alguna.  Ojalá hubiera estado en mis manos hacer algo, pero no fue así. Por eso el foco debe estar  donde corresponde: en las personas que aquel día tenían responsabilidades y poder de  decisión. Son ellas las que deben dar explicaciones.  

Y para concluir, me gustaría agradecer a todas aquellas personas que me han  acompañado en este proceso. Han sido muchas: desde mi círculo más cercano hasta mi  entorno profesional, compañeros de medios de comunicación y ciudadanos  completamente anónimos que han querido hacerme llegar su solidaridad y su apoyo.  Gracias de corazón, porque es lo que me ha sostenido en pie.  

Maribel Vilaplana  

5 de septiembre de 2025

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