El puente de diciembre seguro que ha venido muy bien al Consell. El Palau tiene un nuevo inquilino, pero el desafío que afronta es monumental. Juanfran Pérez Llorca, investido president el pasado jueves tras la dimisión de su predecesor, Carlos Mazón, se encuentra ante una mesa de despacho que no solo exige gestión, sino una excepcional habilidad política para navegar una tormenta de frentes abiertos. Su llegada no es un final de fiesta; es el inicio de una carrera contrarreloj para asentarse en el poder y justificar que su nombramiento no es para ser un presidente de transición.
El primer y más palpable reto es la reconstrucción tras la catástrofe de la dana de 2024 que asoló gran parte de la provincia de Valencia. Pérez Llorca hereda una situación donde la burocracia, la coordinación de ayudas y la respuesta a los miles de damnificados son críticas constantes. No se trata solo de dinero, sino de tiempo y de la credibilidad de las instituciones. El nuevo president debe inyectar celeridad y eficacia a los fondos de emergencia y a los planes a largo plazo para rehabilitar infraestructuras, viviendas y, fundamentalmente, reactivar la economía de las zonas agrícolas y comerciales afectadas. La Generalitat, bajo su mando, será juzgada por su capacidad de poner ladrillos y esperanza donde la riada solo dejó lodo, mucha indignación y enlaces rotos con las asociaciones de víctimas.
La dana de 2024 no es solo un trauma social y económico, sino también una prueba de fuego para la capacidad de liderazgo de Pérez Llorca. La cuantía de las pérdidas exige una interlocución fluida y efectiva con el Gobierno central en la Moncloa, encabezado por Pedro Sánchez. Obtener la máxima financiación posible y que el dinero llegue a los ayuntamientos es fundamental. Todo parece que se mueve con mucha lentititud. Este diálogo, a menudo enrarecido por las dinámicas de la política nacional, debe ser pragmático y orientado al resultado. Pérez Llorca tiene que demostrar que es capaz de dejar la bandera del PP en el cajón cuando se trata de defender los intereses valencianos ante Madrid. ¿Habrá distensión con la delegada del Gobieno en la Comunitat, Pilar Bernabé?
Otro flanco político crucial es la estabilidad de su gobierno. El Partido Popular (PP) no tiene mayoría absoluta en Les Corts, por lo que la alianza con Vox es la viga maestra de la legislatura. El pacto, ya tenso y puesto a prueba en múltiples ocasiones, requiere un rearme constante. Pérez Llorca deberá forjar nuevas alianzas o, al menos, garantizar la disciplina de voto y el apoyo incondicional de sus socios en temas clave. El equilibrio entre la gestión y las demandas ideológicas de Vox será una funambulismo constante para evitar una crisis de gobierno o la convocatoria anticipada de elecciones, una posibilidad que Pérez Llorca tiene prohibido contemplar.
El flamante president también debe mirar hacia dentro. La paz orgánica en el seno del PP de la Comunitat Valenciana es una asignatura pendiente que todo líder regional del partido debe aprobar. Tras una época de intensas pugnas internas y diferentes «familias» con ascendencia territorial, Pérez Llorca debe unificar el partido bajo su liderazgo. Debe hacer equilibrios con Alicante y Castellón y darle el papel que le corresponde a María José Catalá y a Vicent Mompó. Esto implica una mano izquierda para integrar a las diferentes corrientes, asegurando que todos los sectores del partido se sientan representados y, lo más importante, disciplinados en torno al proyecto autonómico. La estabilidad del Consell no puede verse comprometida por guerras internas, y la lealtad de los cuadros debe ser absoluta.
Consellers, Génova y financiación autonómica
La solvencia de sus nuevos consellers es un reto directo a su capacidad de formar equipos. El president ha tenido que reestructurar su gabinete, y los nombres elegidos no solo deben ser técnicamente competentes, sino también políticamente fuertes para defender sus áreas de gestión. Cada conselleria, especialmente las vinculadas a la reconstrucción, la sanidad y la educación, serán escrutadas al milímetro por la oposición y la opinión pública. Pérez Llorca se juega su reputación en la calidad de su equipo de gobierno. Todavía quedan por nombrar secretarios autonómicos y hay que dar tiempo a su núcleo más próximo, Gabinete y Comunicación, por descontado.
A nivel nacional, el hilo directo con Génova y con Alberto Núñez Feijóo es un factor determinante. Si bien la disciplina de partido es fundamental, Pérez Llorca necesita la autonomía suficiente para negociar y tomar decisiones que beneficien a la Comunitat Valenciana, especialmente en materia de financiación. Su relación con el líder nacional será un termómetro de su peso político dentro del PP y su capacidad para obtener el respaldo de la dirección nacional en los grandes debates.
Y es precisamente el debate sobre la nueva propuesta de financiación autonómica el gran reto histórico de la legislatura, más allá de la coyuntura de la dana. La Comunitat Valenciana es una de las autonomías peor financiadas de España. Pérez Llorca debe reactivar la presión y la negociación con el Ministerio de Hacienda para conseguir un sistema que ponga fin a la infrafinanciación crónica. Este objetivo requiere una interlocución firme y técnica con el Gobierno de Sánchez, buscando alianzas con otras comunidades autónomas, independientemente de su color político, para conformar un frente común. La financiación no es solo una partida presupuestaria, sino la clave para garantizar unos servicios públicos de calidad.
Pérez Llorca comienza su mandato sabiendo que su hoja de ruta no está escrita con tinta, sino con urgencias. Entre escombros y pactos, su éxito residirá en la habilidad para gestionar lo inmediato —la reconstrucción— sin perder de vista los desafíos estructurales que definirán el futuro de la Comunitat Valenciana. La próxima semana será testigo de sus primeros movimientos, que marcarán si su presidencia será recordada por la superación de la crisis o por la parálisis de los conflictos.
