Desde que muchos tenemos uso de razón, las manifestaciones en contra de las centrales nucleares se sucedieron a escala mundial durante décadas. Es cierto que en ocasiones, los ecologistas que no querían ver radioactividad en nuestro aire o agua tenían parte de razón, tras asistir a episodios diversos como el accidente de Palomares en 1968 que conllevó el famoso baño de Manuel Fraga, la tragedia de Chernobyl en 1986 o la más reciente en Fukushima, en Japón. De hecho, estos accidentes nos recordaron un escenario dantesco y apocalíptico como hemos visto en innumerables películas o series de ciencia ficción. Pero en esos momentos, las tragedias fueron reales y no un buen guión.
Sin embargo, esas tragedias son antiguas y la de Japón se debió a un tsunami como es sabido, mientras que incluso en la actualidad los reactores de la propia Chernobyl, ya en extinción o de Zaporiya también en Ucrania y en activo, llevan años resistiendo los duros combates entre rusos y ucranianos. Una prueba de fuego, en el sentido literal, que demuestra que una central nuclear no acaba sufriendo un accidente si no fallan múltiples mecanismos de seguridad. Por ello, no vale poner como ejemplo a Chernobyl, pq eran unas instalaciones decrépitas en la antigua URSS, como se demostró cuando la Unión Soviética tuvo que levantar el telón de acero tres años después en 1989 en Berlín. Es decir, las centrales tienen sus riesgos, pero como todo.
Por eso en el siglo XXI siguen existiendo y fortaleciendo su presencia, después de haber sido denostadas durante décadas. Y esto por qué se ha producido? Pues porque la UE ya no las considera una amenaza sino más bien lo contrario: su modelo avanzado respecto al ciclo combinado les permite generar una energía limpia de tremendo potencial que no solo abastece una o varias zonas de un país sino que tiene un impacto medioambiental muy por debajo de la famosa huella de carbón.
Así las cosas son además una fuente fiable frente a un apagón, porque a pesar de tener una dependencia elevada de la energía eléctrica tienen al mismo tiempo la gran virtud de sostenerla e incluso de reactivarla ante momentos tan críticos como el que vivió España hace varias semanas. O dicho de otra manera, un sistema eléctrico con el alto nivel de consumo que necesitamos hoy en día, para alimentar subestaciones y gigantescos centros de datos, cargadores de vehículos etc.. no puede sustentarse por si mismo, a no ser que pueda ser complementado por centrales hidroeléctricas, térmicas o nucleares.
Por ello, la Comisión Europea no puede prescindir de un sistema energético tan veterano como prometedor y necesario para un futuro próximo. Y prueba de ello es que países como Francia, Alemania o los nórdicos seguirán apostando por el modelo y más cuando asistieron al desastre energético en España. Con lo cual, para los detractores de las centrales la pregunta es qué queremos: una energía limpia y modernizada tanto a nivel interno como en la generación y tratamiento de residuos, aunque sea mejorable, o un impacto permanente del carbón con mayor coste, más impacto medioambiental y menor generación energética? Es cuestión de elegir entre lo que necesitamos y lo que nos gustaría. Así de sencillo.