La tensa guerra comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea ha alcanzado un nuevo punto crítico, llevando a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a una llamada telefónica con el presidente Donald Trump este domingo por la noche (horario europeo). El objetivo era claro: pedir paciencia y que el mandatario estadounidense respete el plazo acordado hasta el 9 de julio para alcanzar un pacto arancelario, después de que Trump sacudiera el tablero el pasado viernes con la amenaza de imponer aranceles del 50% a las importaciones de la UE. Esta conversación de Von der Leyen con el inquilino de la Casa Blanca es la segunda en menos de 48 horas tras la contundente advertencia de Washington.
La última arremetida de Trump, lanzada en su red social Truth, reavivó la errática política económica que lo caracteriza. Acusó a la Unión Europea de haberse formado «con el objetivo principal de sacar provecho de los Estados Unidos en materia de COMERCIO», falseando una vez más el origen histórico de las instituciones europeas. Además, esgrimió argumentos como «poderosas barreras comerciales, impuestos sobre el IVA, ridículas sanciones a las empresas, barreras comerciales no monetarias, manipulaciones monetarias», y un déficit comercial inflado a 250.000.000 dólares anuales (frente a los 235.571 millones de dólares en bienes en 2024, con superávit estadounidense en servicios). Su mensaje culminó con una postura innegociable: «¡Nuestras conversaciones con ellos no llevan a ninguna parte! Por lo tanto, recomiendo un arancel directo del 50% a la Unión Europea, a partir del 1 de junio de 2025. No se aplicará ningún arancel si el producto se fabrica o se manufactura en Estados Unidos».
Frente a la intransigencia de Trump, el mensaje de Von der Leyen ha sido notablemente conciliador, evitando la mención de represalias por parte de Bruselas. La líder europea ha enfatizado que «Europa está lista para avanzar rápida y decisivamente en las conversaciones. Para alcanzar un buen acuerdo, necesitaríamos tiempo hasta el 9 de julio». Este enfoque contrasta con la posición más enérgica expresada el mismo viernes por el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, quien tras hablar con sus contrapartes en Washington, Howard Lutnick y Jamieson Greer, exigió «buena fe» y la ausencia de amenazas en el proceso negociador.
La relación entre la presidenta de la Comisión y el presidente Trump ha sido esporádica y marcada por la distancia, con pocas interacciones directas más allá de algún encuentro puntual. Esta advertencia arancelaria no es un hecho aislado, sino que se enmarca en una serie de medidas proteccionistas iniciadas por Trump que ya incluyeron un 25% de derechos de entrada para el aluminio, el acero, y los componentes de coches. Aunque una tregua parcial en abril había dado tres meses para negociar, el pulso arancelario actual evidencia la frustración de Bruselas, que sigue buscando entender qué busca exactamente Washington con estas presiones, pidiendo reiteradamente a EE.UU. que «defina su posición».
El desafío para la Unión Europea no radica solo en el plazo, sino en la incertidumbre sobre el verdadero objetivo de Trump en esta guerra comercial –si busca financiación para sus rebajas de impuestos, impulsar la industria estadounidense, o simplemente ejercer presión sin una meta clara–. Un problema añadido es la falta de un interlocutor claro y autorizado en el gobierno norteamericano más allá del propio presidente. Mientras Bruselas intenta construir una plataforma de negociación coordinada y articulada, desde Washington persisten las demandas unilaterales y los comentarios despectivos hacia una UE que, según Trump, solo busca dificultar la vida a los estadounidenses, reflejando un notorio desprecio hacia el bloque comunitario.